Las
plazas son lugares de historia, sitios de encuentro y manifestación del arte,
la cultura, la política y la libertad; son espacios enriquecidos por la
sociedad y el tiempo, inevitablemente unidos a la esencia de la ciudad a la que
pertenecen. Conforman un lugar redescubierto y una arquitectura que se renueva
y actualiza, un escenario mutante que va cambiando adaptándose a las
necesidades sociales y simbólicas.
La plaza y la
arquitectura forman parte de un mismo cuerpo; la arquitectura la limita, la
consolida, la rodea, le da escala, armonía, ritmo y cadencia; soportales o
galerías, paramentos y zócalos, aleros y cornisas, instituciones y viviendas,
llenos y vacíos, pero sobretodo habitantes, que en su conjunto le proporcionan
una riqueza particular a su espacialidad.
La plaza ha
tenido en la historia de Occidente un claro significado comunitario; dicho
significado se refiere a su condición de ámbito contenedor, como el vacío que
se genera al encerrar los brazos una porción de aire. Podemos pensar la plaza
como un abrazo, en el que la materia encierra y limita la no-materia; esta
visión más conceptual y simplificada nos puede evocar desde el Conjunto
Megalítico de Stonehenge a proyectos muchos más contemporáneos, pero de iguales
características como la “Capilla Abierta” o el “Vacío Circular” del estudio
Dellekamp, enlazando así una franja de larguísima historia.
Sin embargo,
siendo estrictos en el significado, no se puede etiquetar este tipo de vacíos
como plazas, ya que toda plaza está siempre vinculada a un espacio urbano; no
hay lugar público si no hay ciudad, si no hay ciudades, personas que circulan,
que se reúnen y se expresan libremente en un espacio que es de todos y sobre el
que nadie se puede reservar el derecho de admisión.
La plaza, hoy, lugar lleno de vida y de
historia. La plaza ayer, en un ayer cercano, con puestos de agua, sillas
metálicas, comercios, mercaderes, clérigos, estudiantes poco estudiosos
mendigos y pícaros. Siempre, antes y ahora, lugar de citas, de encuentros, de
bullicio o de sosiego.
Como la vida,
como la historia, que han ido cambiando desde entonces hasta hoy, también se
han ido modificando el uso y la morfología de la plaza.
La intervención del
arquitecto Jürgen Mayer en la Plaza de la Encarnación, removió al pueblo
suscitando una avalancha de críticas y protestas en contra de esta, cuanto
menos extravagante propuesta, que sin duda supone un cambio en el paradigma
morfológico de las plazas, tal y como las veníamos entendiendo durante siglos
de historia.
RECORRIDO HISTÓRICO POR
LA PLAZA DE LA ENCARNACIÓN///
La plaza de la
Encarnación, situada en pleno centro histórico de la ciudad de Sevilla, se
trata de un espacio de casi una hectárea y media de superficie, que a lo largo
de su dilatada historia, no ha parado de sufrir metamorfosis traumáticas, que
buscaban la identidad y correcto funcionamiento del mismo.
La actual plaza es
histórica hasta el punto en que aquí estuvo situada la puerta norte de la
muralla romana y otra de la muralla abadí de Isbiliya, por lo que debió ser
atravesada por la muralla de la ciudad del 50 a.C., cuyo trazado ha dejado
profunda huella no sólo en los sectores urbanos confluyentes, sino también en
el propio espacio de la plaza.
Durante el siglo XVI se
instalan en el entorno de la plaza diversas instituciones religiosas, entre
ellas el Convento de la Encarnación de Religiosas Agustinas, que ocupaba la
manzana germen y origen de la plaza de la Encarnación. Inicialmente, esta plaza
se limitaba a una dilatación previa al convento, de dimensiones bastantes
reducidas, en cuyo centro se coloca en 1720 una fuente (aún existente), donde
antes “se adiestraban los caballeros en
el arte de la gineta, picar toros y arrojar cañas”.
La plaza continuó con
sus reducidas dimensiones hasta que el gobierno de Jose I Bonaparte resolvió
dotar a la ciudad de un gran mercado central, lo que supuso el derribo de la
manzana completa a la que pertenecía el convento. Así, en 1811 las monjas son
trasladadas y el convento destruido. El nuevo mercado, que responde a un
esquema rígido y cerrado en sí mismo, ocupa la mayor parte del vacío resultante
tras el derribo, insertándose en éste, no obstante, de un modo más holgado que
la primitiva manzana. A partir de estos momentos, la Plaza de la Encarnación se
convertirá en un foco de atracción urbana y financiera de primer orden sobre el
que gravitará gran parte de la actividad comercial de la ciudad.
La concentración de
actividades comerciales en el entorno del mercado de abasto y las ventajas de
su posición central en el interior del casco, darán lugar a una serie de
conflictos urbanos, sobre todo, en lo que concierne a las comunicaciones entre
distintos sectores del centro, y entre el centro y la periferia, a los que se
intentará poner remedio con sucesivos proyectos de reforma interior del centro
histórico.
Desde finales de siglo XIX se suceden
numerosas propuestas, siempre frustradas, encaminadas a la ampliación del viario
en la misma línea de reformas de los cascos históricos que se estaban
produciendo en toda Europa desde que el barón Haussmann las había empezado en
París. Pero el mercado resiste hasta 1948 cuando se derriba una parte para
comunicar las calles de Laraña e Imagen y se reordena la plaza.
La primitiva fuente que presidía el
antiguo mercado se recoloca en centro de la nueva plaza. Lo que quedaba del
mercado se derriba en el año 1973. Los puestos que restantes se trasladan a una
esquina del solar a un mercado “provisional” que se prolongó durante 37 años.
A lo largo de muchos años sirvió de
aparcamiento de coches o parada de autobuses, quedando sin ejecutarse numerosas
propuestas que nunca terminaban de cuajar. Se retomó la idea del mercado que
incluía un aparcamiento subterráneo, pero el problema adicional de los restos
arqueológicos que se encontraron, hizo que las obras se pararan en la fase de
cimentación. Cito textualmente palabras del artículo de José Fariña, "Sevilla, unas setas se comen la Encarnación"
“El siglo XXI había convertido a
nuestro espacio en una especie de campo de batalla (en realidad, de excavaciones), cercado de vallas y que
condenaba toda la zona a su mismo purgatorio.
El centro en todas las guías turísticas era La Campana y nuestro lugar maldito
por supuesto que no aparecía
en ninguna”.
ANTOLOGÍA CRÍTICA: “LAS SETAS” DE MAYER///
En el año 2004 el ayuntamiento convoca
un concurso internacional para intentar resolver el problema que arrastraba
este espacio. La propuesta ganadora resultó ser la del “Metropol Parasol” del
arquitecto Jürgen Mayer, quien tras años de frustraciones parece haber dado con
la solución final. El proyecto se organiza en cinco niveles diferentes: el que
contiene un museo con los restos arqueológicos está situado bajo la rasante
original del terreno donde se asienta la galería comercial; la nueva plaza está
encima. Más arriba una zona de
restaurantes y, por último, la pasarela-mirador que recorre la parte superior.
La estructura se compone de más de 3.000 elementos de madera diferentes, de altura y ancho variables, unidos entre sí mediante barras de acero encoladas. En esta ocasión, parece que las complejidades del diseño computacional paramétrico no supusieron un problema, pero sí lo fue en cambio el tremendo calor que azota Sevilla en época estival, ya que obligó a los ingenieros especializados a investigar una solución alternativa para las uniones, desarrollando un nuevo proceso de encolación, capaz de soportar las altas temperaturas de Sevilla.
Con esta intervención, Mayer sin duda
alguna ha dotado a la histórica plaza de la Encarnación una imagen totalmente
distinta a cualquier lugar céntrico de Sevilla, de hecho se trata de formas
completamente ajenas a la ciudad. Hay una discordancia explícita que sin duda
impacta a primera vista y que hace plantearme qué tipo de “intervención
patrimonial” es ésta si se posa, aterriza cual maqueta se tratara, en medio de
un vacío urbano consolidado, sin tener la más mínima consideración a lo que la
rodea, generando unas tensiones palpables en el ambiente entre lo existente y
lo colocado.
“El
paisaje, sea urbano o no, lo es en tanto que se valoran determinados elementos característicos
que lo definen y lo identifican. Casi siempre son los que dan continuidad histórica.
Su conservación y potenciación es vital para mantener el discurso temporal que
liga las personas con el territorio […] Los territorios y sus habitantes
necesitan, sobre todo ahora, una mirada interior. Una recomposición de las
relaciones cercanas. Las Setas de la plaza de la Encarnación podían estar
colocadas igualmente en la Puerta del Sol de Madrid, en la Plaza Mayor de
Valladolid, en la de Armas de La Serena o en el King Circus de Bat”.
José Fariña, “Sevilla, unas setas se comen la Encarnación”
José Fariña, “Sevilla, unas setas se comen la Encarnación”
De hecho, parece que
las enormes setas han “esquivado” los restos arqueológicos por supuesto, pero la fuente de mármol más antigua de
Sevilla de la que hablamos al principio, se ha quedado arrinconada al lado de
una de las mayestáticas columnas de la nueva estructura, convirtiéndose en una
mera anécdota humilde sólo al alcance de curiosos interesados.
Otra característica del
proyecto que desorienta, desconcierta y pone en crisis el entendimiento de una
plaza, es la existencia de varios niveles de suelos que compiten entre sí.
Resulta curioso que atendamos tan poco al suelo a pesar de ser el único
elemento arquitectónico básico con el que establecemos un contacto físico
continuo y del cual más próximos estamos; la mirada se dirige normalmente al
horizonte o hacia arriba, hacia los puntos inalcanzables, pero hay que reparar
en cuán importante es la configuración de un simple suelo en la arquitectura y
cómo una sencilla composición de elementos planos es capaz de transformar o
enfatizar una determinada estructuración del espacio. En este caso, la manera
en que se conectan estos dos niveles distintos a través de una monumental
escalinata nos impide tener un horizonte y una profundidad, una referencia. A
pesar de ser “una plaza”, el suelo no juega ningún papel especial, toda la
atención se centra en los llamativos parasoles – una vez que levantamos la
cabeza tras el ejercicio físico de subir las escaleras-. La plaza elevada rompe
completamente la unidad visual de un espacio que, sin obstáculos, sería
grandioso.
Hablamos de miradas:
¿Qué era el
paisaje para los modernos y qué nos dejaron por herencia? La modernidad
construyó e instituyó la noción del paisaje-objeto, un tipo de paisaje que se
mira, se usa y se explota pero jamás se establece con él una relación de
igualdad. Se mira: el paisaje se contempla en ese peep-show paisajístico
dibujado tantas veces por Le Corbusier; una habitación flotante y un señor –el
hombre tipo- sentado (…) Una posición aséptica, estática y contemplativa, que
materializa un dominio sin posesión”
Fragmento
de Iñaki Ábalos, “Atlas Pintoresco Vol.1:
el observatorio”, Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 2005.
Así es cómo se nos presentan las setas,
alejadas, intangibles, inalcanzables… hechas para ser contempladas desde
nuestra insignificante escala, pero consiguiendo este efecto sólo por su
monumentalidad y no gracias a las milenarias estrategias de la mirada, del
énfasis en la perspectiva y de los recursos para potenciarla a través de la
superficie, que se han tenido en cuenta siempre a lo largo de la evolución
histórica de este tipo de espacio público:
- El Ágora griega es descrita
generalmente como un espacio libre, abierto hacia el infinito, definido por
volúmenes puros que no cierran los vacíos, como Bruno Zevi los caracterizaba: “insuperadas joyas de gracia escultórica
reposada y reposante e impregnadas de una dignidad espiritual nunca más
alcanzada”.
Pero en realidad, el concepto del
espacio griego es mucho más complejo, en absoluto primario, y más que el
resultado de la pura sensibilidad plástica era fruto de un concienciado
conocimiento de los efectos
ópticos debido a la fisiología de la visión y de las leyes gestálticas; tiene mucho
que ver con el concepto de teatro, que también pertenece a la antigua Grecia. Theatron significa “espacio para mirar” y en cierto sentido se convierte en la idea de
espacio público que se tiene en Grecia; podemos afirmar que se proyecta desde
la mirada.
-El Templo Griego estaba concebido para
ser visto desde muchos puntos de la ciudad, sin
embargo, el Templo Romano obligaba al espectador a contemplarlo exclusivamente
de frente; la geometría del espacio romano transmitía su disciplina al movimiento corporal y, en ese
sentido, comunicaba la orden de mirar y obedecer y de ahí el “dictum” romano de
mirar y creer.
Estos antiguos ejemplos
nos dan la clave de un espacio bien pensado y proyectado para ser contemplado,
en el que cada elemento y su posición están justificados bajo un criterio
coherente, cosa que bajo mi punto de vista no ocurre en Metropol.
Hay que admitir que con esta estrategia
sin embargo, la Encarnación “ya” se ha convertido en una referencia. Los
turistas no pueden irse de la ciudad sin verla. No es una plaza, es un
monumento más.
Tradicionalmente,
los poderes de la ciudad han revestido de monumentalidad los edificios institucionales
y públicos. Estos edificios no solo debían cumplir una función como equipamientos de la comunidad, sino que
debían, mediante su forma exterior, representar una cierta idea elevada que la
comunidad pretendía tener de sí misma. El monumento, un objeto cuya única función en origen era la de
marcar un lugar en la memoria colectiva, adquiere así múltiples funciones
urbanas (archivos (Tabularium), lugar de
asambleas políticas (Curia senatorial),
termas, circos, teatros, anfiteatros...). Con la madurez del fenómeno urbano (lo
hemos visto en el caso de la ciudad de Roma antigua), el edificio público se
hace monumento, o al menos adquiere un cierto carácter monumental. Ya no son
solo los templos y los edificios
religiosos los que representan coronándolo, rematándolo el asentamiento humano compuesto
de casas anónimas. Un paso alternativo a este es el de la monumentalización
incluso de la arquitectura residencial del poderoso, y más tarde el de la
monumentalización de la arquitectura residencial de los que ocupan un lugar
alto en la jerarquía social. En todos los casos, el monumento puede entenderse
como símbolo de valores naturales cercanos al pueblo, pero también como símbolo
del poder de sus representantes.
Fragmento extraído de La révolution urbaine, de Henri Lefebvre.
El monumento es esencialmente represivo.
Es la sede de una institución (la Iglesia, el Estado, la Universidad…). Si
organiza en torno a sí mismo el espacio, es para colonizarlo y oprimirlo. Los
grandes monumentos han sido construidos a la gloria de los conquistadores y de
los poderosos. Mucho más excepcionalmente a la gloria de los muertos o a la de
la Belleza que se ha ido (caso del Taj Mahal). Sería el caso de ciertos palacios
y de los mausoleos. La desgracia del arquitecto es que él ha querido levantar
monumentos y a la hora de habitarlos, o bien ese “habitar” lo ha concebido, a
imagen del monumento, como algo monumental (que no es este caso); o bien ese
“habitar” ha sido totalmente descuidado. La extensión al habitar del espacio
monumental es siempre una catástrofe, oculta además a los ojos de los que la
sufren (las viviendas que han quedado pared con seta…). En efecto, el esplendor
monumental es de carácter formal. Y si el monumento se ha cargado siempre de
símbolos, es para ofrecérselos a la consciencia social y a la contemplación
(pasiva), cuando esos símbolos, ya caducos, han perdido su significado. Como
por ejemplo, los símbolos revolucionarios sobre el Arco del Triunfo construido
por Napoleón.
Pero, también hay que
decir que es el único lugar de vida colectiva (social) que podamos concebir e
imaginar. Si ejerce un control sobre nosotros, es para poder reunirnos en torno
a él. Belleza y monumentalidad van siempre juntas.
En nuestras sociedades
modernas, que ya no tienen nada que ver con la del siglo XIX, y ni siquiera con
las del siglo XX, lo monumental es totalmente superfluo, innecesario e incluso
caduco. Esto no significa que no necesitemos construir nuestra memoria. Al
contrario, hoy lo hacemos más que nunca, pero la memoria de lo que hemos sido
no necesita enfatizarse mediante un formalismo “monumentalizador” añadido. A
los edificios públicos de hoy en día no se les pide que nos representen digna,
pomposa y altivamente, sino que cumplan bien su función como piezas urbanas en
torno a las cuales se desarrollan las actividades de encuentro humano que son
imprescindibles para que la ciudad sea realmente ciudad. Y esto, con las setas,
sí que se ha conseguido. Las setas es el único lugar dónde, por su desgraciada o
no configuración, el 15M puede verse a sí mismo, a diferencia de otros puntos de
encuentros (generalmente plazas), donde para apreciar la marabunta hace falta una
vista de pájaro. Creo que lo que más permanecerá en la memoria serán las
multitudinarias convocatorias de activismo social, que han hecho de este
espacio su más que conocido “meeting point”, abarrotando sus escalinatas de
“indignadas” y haciendo sentir a la gente que el espacio es de la gente (aunque
en particular este espacio semi-público cierre a determinadas horas de la
noche) en estos tiempos de necesarios cambios políticos, sociales y económicos,
pues al final, y en definitiva lo que queda son los recuerdos de las
experiencias vividas que están asociadas a lugares que permanecerán congelados
en nuestra mente toda la vida.
BIBLIOGRAFÍA///
-
R. Vioque Cubero, I.M. Vera Rodríguez, N. López López, Apuntes sobre el origen y evolución morfológica de las plazas del casco
histórico de Sevilla, Junta de Andalucía.
-
COAS, FIDAS, NODO, Plaza de la
Encarnación Exposición. La plaza y el laberinto, 2003
-
Trachana Angelique, La Evolución de la
forma del espacio público, Nobuko, Buenos Aires, 2008.
-
Pérgolis, Juan Carlos, La Plaza: el
centro de la ciudad, Santa Fe de Bogotá: Universidad Católica de Colombia,
Universidad Nacional de Colombia, 2002.
-
Ábalos, Iñaki, “Atlas Pintoresco Vol.1:
El Observatorio, Gustavo Gili, Barcelona, 2005.
-
Ábalos, Iñaki, “Atlas Pintoresco Vol.2:
Los Viajes, Gustavo Gili, Barcelona, 2005.
-
www.elblogdefarina.com, artículo “Sevilla,
unas setas se comen la Encarnación” (10/05/2012)
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